La mar, que quiero navegar
Una mar
de playas inmensas, para mí, una desconocida.
Sé que
hay, que puede haber, que conozco y que no, o no lo suficiente.
Más
allá de tus ventanas, la mar parece calma, dormida y necesitada.
Los
volcanes duermen, por años y por siglos,
Los
mares calmos, hasta que su alboroto remueve la paz, cierra las ventanas, ruge,
se ríe, canta y también llora.
Despliega
las alas, mese sus barreras y desmonta las fronteras, la tempestad ha llegado,
y la calma también.
¿Cómo será
navegar en tus aguas?
¿Intrépida
y experimentada navegante? lo suficiente para no rendirme fácilmente, no me
atrevo y no me atrevería a subestimar la paz que veo desde las ventanas,
grandes cristales de miel dejan entrar y explorar tu mundo.
Desde
esta distancia, la silueta madura de una mar, calmadamente embravecida, quieta,
distante.
Rocas
lucias por la danza, las montañas golpeadas por la vida, el suelo segmentado
porque pasó el desarrollo, las grietas sedientas de ser explorada.
Ahí,
donde se esconde la vida, el todo y la nada, los mitos y los prejuicios, el
miedo y la aventura, lo experimentado y la estupidez, lo crudo y la crueldad,
lo viejo y lo cuadrado.
Ahí,
donde aguarda la fuerza y la paciencia, la nostalgia y la tolerancia, la
libertad y el encierro, las barreras y las leyes, las caricias y la timidez.
Tengo
que navegar, el sol ya me mira, me levante primero que él, la sangre se derrama
y hoy hay flores en el campo y calor sobre la vela.
Las ideas
húmedas, viajan sobre la mar que quiero navegar, dejarme arrastrar por el
viento, entrar en su ventana, desplegar las cortinas, retozar en sus aguas y
salir ilesa de la escuela de la vida.
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